lunes, 23 de septiembre de 2013

La Encomienda

Capítulo 1.
La mirada de la mujer sigue de manera obstinada las vistas que pasan vertiginosas a través de la ventanilla del elegante automóvil en el que va sentada en la parte trasera.
Ni siquiera parece oír las indicaciones del conductor comunicándole la inmediata llegada a su destino. Permanece absorta aunque sin perder detalle del paisaje que no difiere mucho del que recuerda de su niñez.
Los tendidos eléctricos se le asemejan gigantes con sus enormes estructuras de hierro y recuerda los anteriores tendidos compuestos por palos de madera.
El precio de la modernidad diría su querida tía Pepa. El inexorable paso del tiempo, piensa ella.
El cielo tiene la misma tonalidad azul y el rojo de la tierra mantiene la misma intensidad que recordaba.
Más...sabe que es una quimera, nada es ya lo que fue un día y la emoción estrangula su garganta impidiéndole tragar la saliva y obligándola a mantenerse fuerte para evitar el llanto que pugna por anegar sus ojos.
-Estamos llegando al desvío, señora....
Insiste de nuevo el conductor sabiendo perfectamente que antes ni siquiera reparó en sus palabras. Y no le extraña en absoluto porque a pesar de su juventud, el hombre que ya roza la treintena conoce de primera mano el significado de este regreso y las emociones que se han desatado en el interior de la mujer sentada a su espalda.
-Discúlpame......David, estaba distraída.
El joven asiente con la cabeza al tiempo que lanza una mirada furtiva por el espejo retrovisor y nuevamente la admiración en sus ojos, admiración indisimilada y agradecimiento.
-Se puede quitar el cinturón, ya entramos en el camino.
Así lo hace al notar que el coche reduce la velocidad y gira para comenzar a circular por el camino de tierra mucho más despacio y sorteando algunos baches que pueden resultar ciertamente molestos.
Abre la ventanilla ya libre del cinturón que la mantenía sujeta al asiento y sus ojos se empapan del paisaje que aparece ante ella como un fantasma del pasado.
La tierra rojiza se extiende hasta el infinito formando una línea recta sin rastro de vegetación hasta adentrarse varios kilómetros y encontrarse con los majestuosos maizales que forman un enorme manto verde.
También la sorprenden los artefactos de riego que se encuentran por doquier. Grandes armatostes de hierro aupados sobre ruedas que recorren los campos sedientos surtiéndolos del liquido elemento.
El cartel que da nombre a la propiedad aparece antes de adentrarse en los maizales y su visión la retrotrae al principio de su vida y provoca una sacudida en la mujer que vuelve el rostro hacía el lado contrario.
La Encomienda”
Propiedad Privada, prohibido el paso a toda persona ajena a dicha propiedad.
La indicación de restricción de paso es la que provoca una amarga sonrisa en ella y piensa en sus padres. Lamenta que no puedan ver este momento aunque tiene la esperanza de que sí puedan hacerlo desde algún lugar al que no puede poner nombre.
Mucho ha cambiado todo desde la última vez que puso un pie en estas tierras, veinte largos años hará en diciembre y el motivo todavía le duele en el alma.
Veinte años hace ya que murió su madre y a pesar de jurar que no volvería. Regresó para acompañarla en su último y definitivo viaje.
No se arrepiente, le hubiera resultado imposible seguir viviendo sin estar presente en su despedida y se tragó su asco y su bilis. Bajó la cabeza ante lo único que consideraba más importante que cualquier otra cosa y rompió su juramento, juramento arrastrado durante tantos años que ya se va diluyendo en su memoria.